Sueño en gris.
Hay videos, videos de gente en las calles,
de niños que inventan la risa en los parques,
que se mojan mientras sus madres les gritan
y que siempre terminan llorando
y enfadados los unos con los otros,
volviendo a sus madres
que ya no les gritan,
y que ahora calman sus llantos
cruzando miradas de complicidad
con otras madres.
Hay algo azul difuminándolo todo
hasta que vuelve una imagen.
Están todos esos edificios a medio hacer o destruir,
tatuados con agujeros de balas
y vestidos de macetas simples y hermosas.
Sí, debe ser Budapest de noche,
el puto Danubio robándote el alma
hasta que algún turista estrelle su flash en tu rostro.
La vista panorámica de esa ciudad
callada y poderosa. Desnuda.
Pero no, hay también callejuelas de roca medieval,
travesías de pobres y niñas descalzas,
ojos de niñas descalzas,
vías de tren desordenadas que huelen
a metal, a alcohol, a meado de madrugada.
Y luego todo eso se oscurece bruscamente
y aparecen bloques grises comunistas
mezclados con shorts y nalgas demasiado
bronceadas, casi inocentes,
observadas por esos viejecitos
que juegan a beber Palinka
en bancos mugrientos y húmedos,
riéndose de nada,
reventando sus vidas en tu vida,
ayudándote a crecer de prisa,
a morir aún más rápido.
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